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Una herida puede ser un lugar para vivir

Un fondo dorado, antaño radiante, ahora está consumido por la oscuridad: el alquitrán se extiende por su superficie como las cicatrices de la historia. En el centro, una herida abierta se abre, cruda y visceral. No es solo un símbolo de dolor, sino de resiliencia, supervivencia y renacimiento.

La herida, con forma de abertura vaginal, no debe leerse en un contexto sexual sino como una referencia al nacimiento en medio de la destrucción Tras la guerra y la violencia, las personas no simplemente desaparecen; perduran. Forjan su existencia en las ruinas, en los espacios que deja el conflicto. La vida persiste incluso en la devastación.

El contraste entre el oro y el negro, entre el sufrimiento y la transformación, refleja la paradoja de las secuelas de la guerra: donde el trauma persiste, pero también la necesidad de seguir adelante. texturas de resina y tela añade profundidad, haciendo que la herida sea casi tangible, como si continuara latiendo, respirando, negándose a cerrarse. El oído es inherente a la destrucción, pero también lo es la voluntad de sobrevivir. Esta pieza es un testimonio de la capacidad humana de adaptarse, de encontrar refugio en los mismos espacios destinados a aniquilar. Pregunta: ¿Puede el dolor en sí mismo convertirse en un hogar?